Hace unos meses, en algún lugar de la red, leí esta carta que ahora os reproduzco.
"No sé cómo decírtelo. Seguramente crees que lo haces por mi bien, pero no puedo evitar sentirme raro, molesto, mal. Me regalaste el balón cuando apenas empezaba a andar. Aún no iba a la escuela cuando me apuntaste al equipo. Me gusta entrenar durante la semana, bromear con los compañeros y jugar el domingo, como lo hacen los equipos grandes. Pero cuando vas a los partidos... no sé. Ya no es como antes. Ahora no me das una palmada cuando termina el partido, ni me invitas a un bocata. Vas a la grada pensando que todos son enemigos. Insultas a los árbitros, a los entrenadores, a los jugadores, a otros padres... ¿Por qué has cambiado?
Creo que sufres y no lo entiendo. Me repites que soy el mejor, que los demás no valen nada a mi lado, que quien diga lo contrario se equivoca, que sólo vale ganar. Ese entrenador del que dices que es un inepto, es mi amigo, el que me enseñó a divertirme jugando. El chaval que el otro día salió en mi puesto... ¿Te acuerdas? Sí, hombre, aquel que estuviste toda la tarde criticando porque "no sirve ni para llevarme la bolsa", como tú dices. Ese chico va a mi clase. Cuando le vi el lunes, me dio vergüenza.
No quiero decepcionarte. A veces pienso que no tengo suficiente calidad, que no llegaré a ser profesional y a ganar cientos de millones, como tú quieres. Me agobias. Hasta he llegado a pensar en dejarlo, pero, ¡me gusta tanto!...
Papá, por favor, no me obligues a decirte que no quiero que vengas a verme jugar."
Muchas veces no entendemos que esto no es más que un hobby, un espacio en el que tener un grupo de amigos y un tiempo dedicado a una actividad "sana", que raras veces se convierte en algo más. Sólo unos pocos llegarán a dedicarse profesionalmente a esto y, casualmente, suelen ser chicos con una madurez por encima de su edad, influidos por el ambiente familiar (no hay más que ver y oír a los padres de los hermanos Gasol), ya que jugadores con proyección hay a cientos y muchos se quedan en el camino. Además de tener aptitudes físicas, técnicas y tácticas, para ser un grande es imprescindible tener actitud.
Evidentemente, hay una gran mayoría de padres responsables, que están al lado de sus hijos, que les ayudan cuando tienen bajones y que hablan con los responsables de su club cuando algo no va bien. Son padres que entienden el deporte como una escuela para la vida y que, por supuesto, quieren que sus hijos jueguen y que lo hagan lo mejor posible, pero sin dramatismos, sin llegar al extremo de perder, incluso, a los amigos de siempre, a los del barrio o a los del colegio.
Ahora que las competiciones están a punto de terminar, que todos queremos ganar, o no ser últimos, o quedar por encima del equipo rival, y viendo el partido de tu hijo miras a los lados y estás solo, alejado del resto de los aficionados y padres de tu equipo, reflexiona el porqué estas ahí.
1 comentarios:
Me encanta Juanfra esta reflexión, en ella muestras lo que eres: una gran persona. La vida es un como un juego, y jugando aprendes a vivir.
Pepa
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